martes, 4 de agosto de 2009

Siento, luego existo, luego pienso

Me pasa que quiero concentrarme en algún pensamiento. Hago fuerzas con alguna neurona pero canto con el pensamiento. Se llenan de canciones los recuerdos como si fuera una caja de música la cabeza. El cerebro es una caja de música que aloja los recuerdos. Se dan cuerda solos. ¿Ves? Me sigue pasando. Quiero prestar atención a lo que pienso. Es en vano.
Hace unos días descubrí que en realidad no pienso. Según una psicóloga/astróloga muy conocida y luego de algunos cálculos que hice por internet, yo no pienso, yo siento. Parece, o es probable, que respondo a la realidad, al mundo, con sentimientos. La función de la conciencia que más utilizo es el sentimiento que es lo mismo que decir que me gusta dormir porque soy flemático. O que soy frío y húmedo como el agua o como el invierno o que soy calmado e indiferente. Todo esto según la teoría humoral.
Pero leo en wikipedia que la adjetivación moderna que le corresponde al flemático es la de racional. Extraño, me resulta extraño. No entiendo.
Dicen, también, que somos personas -los que poseemos el elemento agua- emocionales,compasivas, amables, empáticas e intuitivas...pero también sentimentales e irracionales (!).
Sigo leyendo y encuentro una solución a mi inquietud: psicológimente las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas en la jerarquía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria.

miércoles, 8 de abril de 2009

La playa [Sénex (psicopompo)]

Desde el lugar donde estamos el mar se ve muy bien. Percibo que está un poco bravo, las olas son grandes. También veo una nube oscura en el horizonte.

Estábamos conversando en una esquina. Los chicos hablaban sobre travestis y hasta de pagar por una teta enorme. De pronto yo me encuentro hablando con un hombre que dice ser el abogado con más audiencias en el país. Tiene algunos kilos de más, pelado y con cabellos blancos a los costados. Comentamos sobre el mar y algo más. No sé porqué se me ocurre preguntarle su apellido y me dice Cerdeñi.

Hacía pocos minutos que llegábamos al camping. Salimos a recorrer y reconocer el lugar supongo. No recuerdo con exactitud. Las calles eran como las playas y se veía algo de vegetación. Me sorprendo ante la respuesta del abogado y le digo que también soy Cerdeñi de apellido, y que mi padre es abogado también. Indaga un poco más y descubre que él y mi padre han trabajado juntos y me dice que su padre tiene un terreno allá, en mi ciudad de origen, aunque no es tan lindo allá, vuelve a decir.

A mi me gusta mi ciudad, está rodeada de cerros y sopla el viento con insistencia. Es verdad que no hay ríos ni arroyos le digo. Pero el sigue hablando de su padre y me dice que lo va a llamar por teléfono así hablo con él. Terminaba de decir eso y ya estaba alcanzándome el aparatito.

Hola, se escucha con interferencia. Hola... Fue una situación extraña. Caminaba por esa arena con un teléfono ajeno intentando tener una conversación con alguien que no conocía. Comencé a caminar como lo hace cualquiera cuando está al teléfono y me fui alejando del lugar. Le comento que recién llegamos y que de casualidad me encontré con su hijo. El parece muy contento de escucharme y de repente ya no me parece un extraño. Yo también lo conozco. Me pregunta en que calle estoy. Levanto mi cabeza buscando algún cartel indicador y veo escrito Tintigna.

Hola, hola. No puedo oirlo. Vuelvo a fijarme en los letreros de las calles para ubicarme y no alcanzo a ver nada. El teléfono ya no está en mis manos. Quiero volver pero estoy perdido.

domingo, 5 de abril de 2009

Las puertas de la percepción

"Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos. (...) Por su misma naturaleza, cada espíritu con una encarnación está condenado a padecer y gozar en la soledad. Las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías son siempre cosas privadas y, salvo por medio de símbolos y de segunda mano, incomunicables. Podemos formar un fondo común de información sobre experiencias, pero no de las experiencias mismas. De la familia a la nación, cada grupo humano es una sociedad de universos islas. (...)
Pero, en ciertos casos, la comunicación entre universos es incompleta o hasta inexistente. La inteligencia es su propio lugar y los lugares habitados por los insanos y los excepcionalmente dotados son tan diferentes de aquellos en que viven los hombres y mujeres corrientes, que hay poco o ningún terreno común de memoria que pueda servir de base para la comprensión o la comunidad de sentimientos. Se pronuncian palabras, pero son palabras que no ilustran. Las cosas y acontecimientos a que los símbolos hacen referencia pertenecen a campos de experiencia que se excluyen mutuamente.
Vernos a nosotros mismos como los demás nos ven es un don en extremo conveniente. Apenas es menos importante la capacidad de ver a los demás como ellos mismos se ven. Pero ¿qué pasa si los demás pertenecen a una especie distinta y habitan en un universo radicalmente extraño? Por ejemplo, ¿cómo puede el cuerdo llegar a saber lo que realmente se siente cuando se está loco? O, a menos que también se haya nacido visionario, médium o genio musical, ¿cómo podemos visitar los mundos en los que Blake, Swedenborg o J.S.Bach se sentían como en su casa? (...) Para quienes teóricamente creen lo que en la práctica saben que es verdad -concretamente, que hay un interior para la experiencia, lo mismo que un exterior-, los problemas planteados son problemas reales, tanto más graves cuanto que algunos son completamente insolubles y otros, solubles tan solo en circunstancias excepcionales y por métodos que no están al alcance de cualquiera. (...) Siempre me ha parecido que, por ejemplo, mediante la hipnosis o la autohipnosis, por medio de una meditación sistemática o también tomando la droga adecuada, es posible cambiar mi modo ordinario de conciencia hasta el punto de quedar en condiciones de saber, desde dentro, de qué hablan el visionario, el médium y hasta el místico."
Aldous Huxley

sábado, 4 de abril de 2009

Crónica de una fiebre irremediable

Lunes 20 de agosto

Pasé mucho frío anoche. Me desperté con mal humor. Me duele la cabeza. Espero no enfermarme.

Ayer me llamó Mercedes desde Córdoba. Estaba entusiasmada porque había conseguido un diario de una mujer. Un diario de viaje escrito en 1930 en un barco hacia Europa. Estaba motivada para escribir el suyo. Mercedes escribe desde hace mucho. Siempre tuvo diarios en los que escribía lo que le iba sucediendo. Como si fueran diarios íntimos. De más grande comenzó a utilizar los libros de actas. Era hermoso ver esos cuadernos de tapa dura llenos de palabras escritas en todas direcciones; cartas; papeles de otros lugares; varios recuerdos. Mercedes trabajaba en un kiosco que está en la plaza. Era de su abuelo. Y a veces iba a visitarla y nos sentábamos en un banco muy lindo de piedra que estaba justo al frente de la puerta del costado del negocio de diarios y revistas. Ese banco no era totalmente de piedra. Tampoco era de piedra sino de cemento pero con una estructura de hierro. Solía ir a la tarde o cuando pasaba por la plaza. En ese tiempo ya no éramos compañeros de la escuela. Cuando yo terminé la primaria me cambié a un colegio público y ella siguió en el colegio privado. A veces íbamos a visitarla con Mariana que era compañera mía en la escuela secundaria. Otras veces las encontraba ahí en el banco. La plaza estaba en el trayecto que hacía todos los días para ir al colegio o cuando iba a buscar algunas fotocopias por la zona.

Martes 21 de agosto

Afuera está helado. Hay sol y el cielo está celeste celeste, pero hace mucho frío. El panadero de la esquina de casa sigue igual que hace un par de décadas. Antes de ir a la escuela iba a comprar el pan criollo calentito por el portón de la panadería que abría recién a las ocho. Pero a la madrugada ya se sienten –aún ahora- los ruidos de las amasadoras y los silbidos de los panaderos.

Miércoles 22 de agosto

Creo que estoy enfermando. Me duele la cabeza y siento frío. Los zapatos me quedan grandes. Y ahora me doy cuenta porque luego de la siesta de ayer recordé que había soñado que los pantalones me quedaban grandes. Había soñado que estaba en un casamiento. Por la tarde Juan me contó que el próximo fin de semana iba a ser testigo del casamiento de su amigo.

Hace un año rezaba todos los días, iba a misa, participaba bastante en una comunidad y ahora nada de esto me llama la atención. Pero nada. Es increíble. No sé que pasa. Es como si hubiera dejado de confiar en Dios. Pero no es en Dios sino en el rito. Ni siquiera puedo soportarlo. ¿Será que finalmente me cansé? Después de tanto ir a misa ¿me cansé? Creo, siento, sé (como decía C.Jung) que está bien. Recuerdo que cuando era chico había hecho una especie de promesa. Como si quisiera cumplir un récord personal de no faltar a misa. Lo cierto es que me aburría enormemente. Pero seguía yendo.

Ayer recibí un mensaje en el teléfono: la misa es a las ocho…la fiesta después. No fui. Tampoco fui a clases ayer. Me sentía abatido. Por la noche me hacía mucho frío.

Jueves 23 de agosto

Me levanté congestionado y dos horas más tarde de lo programado. Últimamente no me preocupo demasiado por el horario en que me levanto. Antes sentía ansiedad, me ponía nervioso porque “no me alcanzaba el tiempo”. Ahora lo tomo con más calma. Sin necesidad de desestimar los horarios pero con más calma. Anoche intenté meditar antes de acostarme. Apagué las luces y encendí una lamparita tenue. Me senté en el banquito negro. Me saqué las zapatillas. Junté las palmas de la mano. También los pies y cerré los ojos. Fue un intento, pero comencé a dormirme.

Viernes 24 de agosto

Es habitual que me despierte con una canción en la memoria. No sé porqué pero sucede con frecuencia. Sigo engripado. A pesar de que ayer tomé los medicamentos hoy me siento afiebrado. Me iba a levantar a las 7.30. Me desperté pero no podía levantarme. Creo que estaba delirando. Antes de que sonara el despertador sentí que alguien me tocaba con el dedo en la espalda. Ahí me desperté. Había estado gritando. Era horrible. Fue muy intenso. Sentía la mandíbula rígida y un dolor en la garganta. Durante el sueño terminaba la discusión diciendo que se vayan a la mierda. Estábamos almorzando en el comedor de casa aparentemente.

Me siento muy cansado. Con dolor en la espalda. Seguiría durmiendo pero me voy a sentir más cansado me parece. En el otro sueño estaba con amigos. Eran dos compañeros de la facultad. Tal vez tres. Estaba en un quiosco y le preguntaba a uno de ellos cuál era la fotocopia que había que sacar. El tomó algunas monedas y también se preguntaba por el billete de cien. Lo encontró. Comenzamos a caminar y en el trayecto encontramos una bodega, una fiambrería y una casa de antigüedades en donde había una guitarra que me gustó. Alguien nos señalaba unas patas de jamón crudo de la vidriera de la fiambrería. La toalla estaba sucia. Uno de sus lados estaba cubierto de grasa. Yo salía a extenderla en la soga. Desde allí traía una remera y se la entregaba a Marcos diciendo que no era mía y preguntádole si era de alguno de los otros. Pero era muy chica. Me respondió que a la casa le venía bien y se la dejé. Me estaba yendo. Tengo la impresión de que estaba preparando mis cosas para irme. Pero Marcos me pedía que guardara unas bolsas que habían quedado sobre la mesa –esta sobre la que ahora escribo-. Tenían frutas.

Sábado 25 de agosto

Siento que por algún otro lado de mi cuerpo pasa algo que no puedo dejar registrado. El reflejo de la luz sobre el cd forma una línea de azul cambiante hacia el violeta y otro color verde azulado. Es bonito ver esto. Y sentir afuera el aleteo de una paloma, los autos que pasan y el reloj de pared, aquí dentro, que también corre. En la habitación quedó algo luego de levantarme. Como si no hubiera sido suficiente vestirme y salir a desayunar. Tomo una pastilla para el resfrío. Como si no hubiera bastado volver después a levantar la persiana para que se ventile la pieza.

Hoy tengo ganas de tomar el tren que va a las sierras. Hubiera ganado un poco de tiempo si el cartucho de tinta de la pluma no se hubiese atascado. Todavía no lo puedo sacar. Probé con dos clips, con una tijera. Nada. Quedó atascado en el compartimento de atrás de la pluma. El que se usa para el repuesto. Y como se había acabado el que estaba utilizando lo cambié pero puse al revés el cartucho vacío y se atoró. Estos pequeños problemas despiertan en mí muchos deseos de solucionarlos. Son como pequeños desafíos para mis manos. Pero al cabo de un tiempo logran desanimarme al no saber que hacer. Estuve buscando un destornillador fino para intentar sacar el cartucho pero no lo encontré donde supuse lo había dejado. Lo encontré. No me sirvió.

Me voy a bañar. Con el frío y con esta recaida no me dan muchas ganas. Además el calefón no funciona muy bien. Se apaga a veces. Como yo ahora.

Lo mismo sucedía con el calefón del departamento de calle Belgrano. Era lindo ese departamento. Totalmente amoblado. La cocina estaba separada del living comedor por una barra que estaba acompañada por tres banquetas altas con respaldo. Eran de madera y el asiento de cuero. Muy bonitas. Eran lo más lindo del departamento. Y la vista. Las ventanas daban al oeste y el atardecer sobre las montañas se apreciaba realmente bello. Había un modular en el que estaba el televisor. Un mueble del ancho de la pared que también lo usábamos de biblioteca. La mesa y las sillas eran feas. Era negra de material aglomerado y de caño hueco. Y las sillas de caño también con el asiento rojo y circular. Cerca de la ventana había unos sillones bajos de caño, como si fueran unas reposeras. Y también una mesita de caño con una superficie de vidrio. Frente a al único dormitorio y al lado del baño había un ropero o armario con tres estantes. Era el 10º C del Calicanto III.

Cuando iba caminando por la calle Italia, o en bici, no recuerdo bien, Horacio me detuvo y nos pusimos a charlar. Me dice si quiero ir a comer a su casa y me nombra algunas personas que también estaban invitados. Mientras me las iba nombrando yo buscaba –o encontraba- en la cartuchera una lapicera o bolígrafo azul que me gustaba mucho el trazo que tenía. Era azul pero ya no tenía tinta y pensaba ir a la librería para ver si la conseguía. Tenía en la mano una carta o un papel con un escrito. Tengo la idea de haber tenido o visto algunas fotos también. Pero no estoy seguro. Era esto lo que había quedado en la habitación. Este recuerdo era lo que no podía registrar.

Domingo 26 de agosto

La mejoría que había logrado antes de ayer se esfumó con las salidas del sábado. Hoy está soleado y fresco. Y me desperté con una frase: “la estructura de la fisura es acromática”. Esto no es normal. Lo común era que apareciera alguna canción. Me duele la cabeza. En casa no hay mucho para comer. Arroz, polenta, lentejas, porotos negros, algunas sopas instantáneas. Pero nada para acompañar. Tampoco tengo ganas de ir hasta el súper y luego cocinar. Estoy perezoso. Los chicos almuerzan a la una pero no voy a ir hasta allá. Todos los domingos ravioles y sólo con crema. No me disgusta ir a su casa pero esa rutina me aburre.

El fin de semana anterior hablé con Vilma. Me soprendió que me dijera que tenía lindos recuerdos míos. Es bueno recibir estas noticias. Ya nos vamos a juntar a charlar, me dijo. Quizás en Bialet Massé.

Voy a cocinar arroz. Sólo arroz blanco con un caldo de pollo. Voy a tomar una sopa de verduras y voy a utilizar las cazuelas que compré. Son de arcilla roja. Me gustan mucho las cazuelas y los cuencos para comer. Supongo que luego de leer a Tanizaki me resultan más bellos estos recipientes. Sus descripciones son magníficas.

Martes 28 de agosto

Dolor de cabeza. Esta vez del lado derecho. Dormí muy mal. Creo que me movía para todos lados. Me sentía resentido o me hacían sentir como si hubiera hecho mal las cosas. Estaba yendo a la panadería y parece que no me daban un tiket. Eso me sucedía durante el sueño. La sensación general era como si estuviera desacomodado o desubicado. Luego aparecía una mujer que llevaba un prendedor en su blusa, o como si fuera un distintivo. Pero era un insecto que se desprendía y me picaba a la altura de las lumbares y sentía dolor, como si me hubiera largado veneno en esa zona. Y había gente que necesitaba medicamentos y no los conseguía porque las farmacias estaban cerradas y la ciudad estaba oscura y llovía.

Me desperté antes de que sonara el teléfono. Anoche me divertí mucho. Fuimos al cine a ver un documental sobre los Beatles.

El dolor de cabeza sigue pero no es tan insoportable como al comienzo. Estoy sentado sobre mi banquito negro al frente del baúl y me siento cómodo. Estoy bien. Ya terminé mi té con leche y ahora estoy sintiendo el aroma de un sahumerio apagado que viene desde algun lugar.

Miércoles 29 de agosto

Hoy comienzo a tomar unas vitaminas. Es que debo tener las defensas bajas. Por eso la recaida de la semana pasada.

Yo me angustio porque no pienso en el proceso sino adónde me lleva o el resultado de las cosas o las actividades que emprendo. Si pudiera prestar atención al proceso me sentiría mejor. Tengo que intentar eso: tratar de no mirar el supuesto resultado o el punto de llegada sino lo interesante de transitar, lo bueno de este sendero.

Jueves 30 de agosto

Tengo sueño y me arden los ojos. Tengo hambre y pienso que me vendrían bien unos huevos pasados por agua. ¿Será la luz que me provoca el ardor? Quizás me lavé mal la cara.

Mis abuelos se murieron por la mañana. Tengo el recuerdo de estar parado en una esquina. Buenos Aires e Independencia. Tal vez esperábamos para cruzar pero recuerdo ese momento en particular. Yo estaba con mi hermano. Camilo nos había avisado de la muerte de mi abuela.

Viernes 31 de agosto

El día parece bien lindo. Encontré el suplemento que estaba buscando. Hay una foto que quería recortar. La imagen es muy sugerente: a lo lejos se ve el horizonte y en primer plano aparecen las líneas blancas de una gran ruta totalmente vacía.

Sábado 1 de Setiembre

No te preocupes todo pasa. “Tu corazón va a sanar”. Tranquilo. No intentes demasiado en recordar las imágenes. Algunas vendrán, otras no. Deja que emerjan solas. Algo te van a decir.

Había un inconveniente de turnos. Comenzaba a trabajar en un telecentro. Me coincidía con un casamiento. O mientras estaba en una fiesta de bodas me llamaban mucho por el teléfono celular. No sé si era por mi cumpleaños o por otra cosa. Creo que era el casamiento de Alberto o él estaba junto a mí. En otro momento intento buscar una salida porque estoy afuera como en unas escalinatas y entro en el edificio que estaba frente a mí tratando de buscar una puerta que atravesara y me dejara del otro lado. En otro momento hay un baño un poco deteriorado. Parece un baño público. Hay un chico morocho y otros tres que le dicen algo a Mercedes. Yo miro desde algún lugar pero no puedo llegar hasta ahí. Vuelvo al lugar de los teléfonos creo. Ahora me llaman desde una oficina que tiene computadoras. Hay ahí dos hombres. Conversamos. Después estoy afuera al lado de una casa intentando cubrir una especie de frágiles láminas o placas de granito de diferentes colores. Descubro que está escrita la palabra “aprender”.

Domingo 4 de setiembre

Aproveché para ir al campo. Intentaba una meditación mientras se ponía el sol. La imagen era preciosa. Quería aprovecharla de alguna manera. Busqué un lugar, justo en frente al ocaso, y me senté en el tronco partido de un árbol. Simplemente me quedé ahí. Cerrando los ojos o permaneciendo mirando la puesta del sol; escuchando los gritos de los chicos que jugaban al fútbol por ahí cerca y los pájaros que ya se iban a dormir.

Jueves 6 de setiembre

Estoy cansado. Me duele la columna. Por suerte hoy me toca deporte a las 20. Me acordé que tal vez el juguete que más prefería durante la infancia era la bicicleta. También me gustaba mucho una brújula que me habían regalado.

Viernes 7 de setiembre

Ayer me cansé mucho. De tanto caminar. Es que me tome mal un colectivo. En lugar de esperar el A10 me subí al A9 pensando –sin pensar- que me llevaba a destino. Es una mala costumbre que tengo: subo sin preguntar hacia dónde va. Llegó hasta el último barrio de la ciudad y después de media hora me bajé en el mismo sitio donde lo tomé. Tuve que esperar un taxi para llegar hasta Olaén al 2500. Otro colectivo para volver; otro para ir a jugar al fútbol y encima no hubo partido. Llegué al departamento muy cansado. Con unos pancitos saborizados y un leberwurst que compré en el camino para comer.

Me siento agotado y muy molesto. Esta semana estoy con pensamientos recurrentes y ya me está agotando la situación. Espero que pase. Es un mal trago. Ya pasará.

Sábado 8 de setiembre

Me compré un librito de poesía: Iluminaciones de Rimbaud. Soñe con una estación de trenes o algo similar. Luego estaba en una torre. Iba subiendo. La torre se afinaba hacia arriba y en un momento comencé a moverme por la altura. Tuve que deslizarme hacia abajo dejándome caer. Comienzo a caminar hasta bajar de las vías y doy la vuelta y camino por la vereda ahora. Hay escenas diferentes por el camino: unas chicas tocando música en la calle; hay diferentes bares, es una zona céntrica. Ingreso en la panadería. Había un hombre sacando fotos desde adentro hacia fuera. Yo esperaba que me atiendan.

Domingo 9 de setiembre

Hace calor. Me levanté con dolor de espalda. Quizás sea el colchón o el tiempo que estuve en la cama. Soñé con agua. Pero soñe con Mercedes. Veníamos caminando de algún lugar y ella estaba ahí. Y dijjo algo y me retó, me trató mal. Después estoy en su casa. Entro y me sirvo un vaso con agua. Lleno de nuevo la jarra y la vuelvo a la heladera. Aparece ella. Se sorprende. Algo me pregunta y salimos a conversar afuera. Llega el padre y otro señor muy parecido al padre. Es su tío. Hablan sobre cuestiones de estudio y sobre alguien en particular. Mercedes me pregunta “¿te sentís presionado?” Y yo le respondo que no me puede tratar como me trató hace un rato. Estamos en la vereda y me dice que vayamos a otro lado y vamos hacia atrás donde hay una especie de callejón de tierra. Era de noche y había una luna hermosa. Incluso comparo la cara de Mercedes con la medialuna. Volvemos –hay algunas casas con gente afuera- y nos vamos caminando hacia otro lugar. Pasamos por el terreno que compramos. Al lado está su mamá en el jardín donde trabaja.

Lunes 10 de setiembre

Encuentro en un libro la siguiente frase: “en la medida en que aclaramos nuestras percepciones, perdemos nuestros prejuicios. A medida que eliminamos la ambigüedad, perdemos también la ilusión. Llegamos a la claridad, y la claridad trae el cambio”.

Con Mercedes íbamos a casarnos el 10 de octubre. Murió cuando viajaba para acá el 19 de agosto del año pasado. Fue en un accidente en la ruta. Mi terapeuta me recomendó que escribiera, que la recordara, que buscara elementos que permitieran al menos un buen recuerdo de ella. Me dijo que mi corazón iba a sanar. Pero esto es insoportable. Yo siento que me apago cada vez más.

m/s2


Metros sobre segundos al cuadrado

En noviembre del año pasado Juan Paniagua, el encargado del Mampere Hotel fue víctima de una extraña demanda. Un físico teórico inició acciones legales contra el inmueble ubicado en Inodoro Duchamp al 4000.

El incidente se inició cuando Paniagua comprobó el deplorable estado del baño que utilizó el turista uruguayo.

—Es que su baño no tiene ducha…naturalmente utilicé el bidet –argumentó el uruguayo. —Así, mire: mis dos pies sobre el artefacto, erguido y esperando que el agua baje. ¡Claro que tuve que enjabonarme en seco!

— ¡Pero acá está la mampara hombre! Mire, desde acá hasta allá y esta perilla que tiene el colorcito rojo es la caliente –se impacientó el conserje.

— ¿Mampara? –pensó para adentro el turista mientras escuchaba el chapoteo de la lluvia sobre el azulejo.

¿Cómo explicarle la distracción? Comentar su investigación sobre la gravedad normal resultaría muy complejo. Y confesar sus descubrimientos de la entalpía* del agua sería apresurado.

Juntó valor. Se dio vuelta hacia el baño y fingiendo un golpe con el marco de la puerta, le gritó encolerizado: — ¿No me ve que soy ciego? ¡Su hotel debería contemplar a los discapacitados visuales y…!

— ¿A si? –lo interrumpió desafiante Paniagua. Y probándole los reflejos le arrojó la pastilla de jabón.

El uruguayo no solo simulaba ser ciego. También había cerrado los ojos.

Parecía la escena de un crimen o de una película de Tarantino o de la Iglesia. El conserje en la ducha. El físico con la frente abierta apoyada sobre el bidet.

¡Lo voy a denunciar, lo voy a denunciar! ¡Contra daños y…y…contra prejuicios!

Hace días se supo que el Mampere no sancionó a Paniagua. El físico fue dado de alta y sin heridas de gravedad fue trasladado al Uruguay.






*Magnitud termodinámica de un cuerpo, igual a la suma de su energía interna más el producto de su volumen por la presión exterior.

Secuestro

Hola soy Juan y vivo en Formosa...mi papá tiene una casa quinta en Corrientes y vamos los domingos pa' allá... Bueno, dame tu dirección en Formosa y quizás pueda ir ....me pide la dirección....cortale! cortale!

Ese fue el diálogo telefónico mantenido con los secuestradores. Creo que no le hicieron nada, bueno...por no decir que le mutilaron lo poquito que le quedaba... Lo peor de todo fue que yo tuve que terminar con él, yo me encargué de darle la baja y quedó inutilizado para siempre. Tan sólo un año tenía...

Así es que ya no está más entre nosotros. Ya no podré comunicarme a través de él.

Y sí, perdí el celular y lo encontraron unos chicos y etcétera.

¡Manden mails, no más mensajitos!

Un abrazo.

Caramelitos


– ¿Un caramelito por los cinco…? –me dijo mientras sostenía la canastita de mimbre invitándome a sacar uno.

–…Como no…, –le respondí.

Es increíble. Hasta hace unos días era un almacén. Y a los mercaditos les dejás pasar a veces que no tengan los cinco centavos para darte o que no te facturen por ser un mercadito de barrio…Pero ahora tienen dos cajas; un gran salón con mercadería; panadería; carnicería; verdulería. Es un supermercado.

Sin embargo, mientras pensaba todo esto, saboreaba el caramelito verde que elegí. El cajero que me lo ofreció era un antiguo profesor de la escuela secundaria. Un tipo joven que se casó o está de novio con la dueña del súper. Enseñaba tecnología.

Un año pasó ya. El súper tiene la mejor carnicería del pueblo. Hay una nueva cajera. Al esposo de la dueña ya ni se lo ve. La chica nueva es muy amable pero ni siquiera utiliza la caja para hacer la suma. Todo lo hace mentalmente, mientras te dice gracias padre o gracias madre según el caso. Y tiene una sonrisita la muy turra y te habla y te habla y tenés que estar esperando mientras le cuenta a la señora que estaba delante tuyo en la fila que la otra señora ya tenía problemas de cadera…si, ya tenía problemas de cadera esa señora. Encima te piden que pagues con cambio. Ni caramelos te dan en el súper. Los cinco centavos te los debo.

Sr. Cuzilaz*



-Buenos días, qué tal. Supongamos que su cabeza está repleta de arena de playa y que por sus ojos no se ven sino dos gotas de agua de mar. Usted, ¿qué piensa? ¿qué me puede decir?

-Bueno...yo creo que...seguramente ha tenido un trauma de chico...yo qué sé...tal vez durante algún verano una gran ola le hizo dar tantos tumbos al pobre niño que luego soñó que su cerebro sólo almacenaba arena y que...quizás...¿acaso las lágrimas no son saladas?

Juan de la Roux.

Así comenzó su primer cuento y lo terminó ahí porque se dijo así mismo que era más que sutil lo que estaba contando, “si continúo va a perder su encanto”. Y lo firmó con pseudónimo. Un apellido francés queda bien, pensó.

­Le gustaba escribir cosas como estas, dos estrellas dejan su estela por el aire, vaciándolo y referirse no a las estrellas fugaces sino a los pechos de una mujer que lo dejaron exhausto una noche. Gozaba pensando en la belleza de sus palabras. Tenía también un “Libro de frases Célibes”, me gusta cuando callas porque estás como ausente, entonces puedo dormir era la única que había escrito pero todavía no entendía bien porqué aquella frase estaba dentro de aquél libro. Ya vendrá el significado correcto, adecuado; las cosas se acomodan solas y más aún las palabras que son tan volátiles, tan generosas. Mientras pensaba esto la cara se le llenaba de alegría, de diáfana algarabía hubiera escrito él sin saber mucho porqué.

Un día, releyendo sus escritos, decidió continuar con su primer cuento. Intuía que algo le faltaba y si bien sabía que así como estaba era muy bueno, algo o alguien le decía que le faltaba agudeza –y anotó la palabra en un cuaderno de “Frases y palabras para usar luego”- o tal vez un poco de realismo. Tengo que poner los pies en la tierra, pensó.

-Sabe, lo que yo pienso es que Usted no está completamente loco, sino loco. Que yo le diga que haga una suposición y luego le pida su opinión no tiene nada que ver con sus vacaciones de verano y mucho menos con sus púdicos recuerdos de la niñez...Disculpe, tal vez me expresé mal, y alzando sus brazos nerviosamente y percibiendo el rubor de su interlocutor trató de calmarse y le preguntó nuevamente: Imagínese que su cabeza está repleta de agua y que sus ojos no son más que dos granos de arena. Bien. Ahora trate de fijar su atención en los granos de arena... ¿qué siente?

Y sacando los ojos de una curiosa piedrita con la inscripción Remember que estaba sobre una mesita, el interlocutor respondió:

-Siento que mi cuerpo está libre...como si nadara en un inmenso mar de estrellas fugaces y que entre la estela que ellas desparraman puedo oír mi boca que dice que acá el único paranoico es usted.¡Oh sí...me vacío en ti Estela!

Juan de la Roux.

Cuando me mostró las dos copias, haciendo un gran esfuerzo por mantener mi seriedad habitual, le dije que sin dudas había algo más en la segunda versión y que ese no sé qué marcaba un estilo original (creo que se me escapó la palabra atrevido) y un sello inconfundible, propios de su particular manera de expresarse.

Él, bajando la cabeza, me agradeció y dijo algo así como vaciando el aire pero no le di importancia y le recordé que nos veíamos el lunes próximo a las trece con diecinueve.

Nunca imaginó que el sentido común era una buena manera de comenzar a escribir. Tampoco se detuvo a pensar que los puntos suspensivos eran una constante, no solo en su escritura, también en su vida. Yo me siento obligado a decirles esto y también debo confesarles –aunque no es para nada ético- que me repugna su poesía y sus cuentos son pésimamente confeccionados e inconscientemente auto referenciados. Incluso lo que yo llamé originalidad es una burda lectura inconclusa de varios autores y muchos best sellers. Por ejemplo su “Libro de frases célibes” -que al fin terminó- es patético y absurdo. Espero que ninguno de ustedes lo adquiera y deseo no haber herido su sensibilidad con la frase que reproduje al principio.

Pero tampoco es ético que me haya hecho quedar como un idiota en sus escritos, como un estúpido y descarnado personaje de ficción. Pero… ¿a quién le importa?



* Fue enjuiciado por divulgar material clínicamente confidencial. Luego se supo que cuando tenía diez años su madre le incineró dos cuadernos completos con poesía propia.

El ascensor


El ascensor

a Juan Pablo


Era tal el desorden en su interior que contrariamente a lo que suele suponer, ya no podía dudar de nada. Su capacidad reflexiva ordenaba y recordaba de manera extraordinaria.

Quería contar alguna historia de esas que se escriben cuando las ideas no están muy claras pero que necesariamente tienen que ser dibujadas. Sólo por esa ansiedad que tiene a menudo de sentirse superior a sus voces e imágenes internas (el lo creía así cuando en realidad se sentía muy arrinconado frente al vacío). Ese anhelo por dominar y decidir sus pensamientos.

-Entonces… si hago a un lado el futuro y si el presente es ahora, no me queda más opción que referirme al pasado –se decía a sí mismo como disipando las mil voces en su interior-.

Hacía calor. Estaba nublado. Estaba en la plaza sentado en un banco. Era domingo y el tiempo se acortaba a medida que iba pensando en el lunes y en las pocas horas que le quedaban para volver a su casa, armar la valija, ir a misa. Poco a poco se iba desesperando. Le pasaba seguido. Cuando las obligaciones no coincidían con el tiempo disponible se producía un bullicio en su cabeza que generalmente se convertía en pasividad. Se angustiaba. Peor todavía si a este bullicio le seguía un viaje de regreso. Tenía que irse. Debía irse. Olvidarse por un buen rato de su casa, de su hogar.

Ese lugar donde la comida tiene gusto a comida, sabor a madre; donde el papel del baño es más suave; ese lugar donde la guitarra suena al mediodía… -recordaba con nostalgia. Debía irse. Regresaba al departamento que alquilaba, ese espacio en el que estaba suspendido en un décimo piso por lo menos un mes. –Acá, las obligaciones siempre son mayores que el tiempo para uno –pensaba. El era de la idea (imprecisa, pero acertada) de que el tiempo puede ser propio pero las obligaciones no siempre. Suponía que por regla general éstas implicaban a otro que era el que disfrutaba o disponía de ese tiempo.

Era un hecho que debía volver. Y la diferencia entre la obligación y el tiempo para el yo la explicaba más o menos así. La primera era necesaria y vinculante (aunque en la mayoría de los casos el quería poder decidir sobre el deber que naturalmente se imponía) y le molestaba que el adjetivo necesario haya sido acompañado desde siempre del otro, suficiente, para dar la idea de argumento convincente. –Nada más lejos de mis deseos; nada tan cierto entonces…-murmuraba el joven, sin comprender mucho el significado de sus palabras-. El tiempo, más que insuficiente, más que innecesario, era inminente. El seguía ascendiendo.

Creo que ni siquiera el número de intentos que realizó por modificar o prever el curso de lo que iba a venir pudo con el descaro de las horas. Debía regresar, pero ¿por qué se fue?

Juan –así se llama nuestro personaje- miraba desde el frente y trataba de sentir lo que el otro muchacho sentía. Pero antes de hacerlo se había asegurado de clasificar su comportamiento y recorrer todas las situaciones pasadas en las que estuvo presente. Para Juan esto era un hábito –desprolijo por el momento - y la única forma que encontraba para tolerar las molestias de su habitar con lo que es y no es (el tiempo) –según sus propias palabras-. Pero ya no recuerdo si lo condenó o le tuvo compasión después de su imaginaria clasificación. Quizás se hizo cargo de la situación sin pedirle permiso, aunque no tenía que hacerlo a pesar de que hubiera sido más divertido.

–Pero me perdería la ocasión de ser el único que observa; cedería a otro la posibilidad de ser árbitro y señor, no ya de un espíritu, sino de dos –pensaba con aire misterioso mientras apoyaba su codo derecho sobre la misma rodilla y sostenía su cara con la mano sin sacarle la vista de encima a su compañero de enfrente.

Su postura era clara: no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad que tenía de soportar el calor y permanecer inmóvil suspendiendo el momento. Otra vez se engañaba en su tolerancia y habitar, pero era su modo de vivir.

-¿Por qué pensar en que debo irme? ¿Acaso no puedo vivir habitando cada imagen? ¿Por qué recordar que alguna vez me había ido? El que observo no tiene memoria y no la tendrá; no recordará. Simplemente está apoyado contra la pared con sus anteojos oscuros, un domingo nublado, y rodeado de otros tantos sin recuerdos –concluyó Juan, lleno de interrogantes, mientras el ascensor lo dejaba suspendido en el décimo piso junto a su valija.

Aquel lunes miraba hacia el oeste desde la ventana. Me detuve a mirar una franja de ladrillos del edificio del frente que se distinguía de los demás por ser más claro el naranja. El calor no se percibía tanto o la humedad era insoportable. Ya había terminado de escribir y me preguntaba si firmaría con seudónimo o simplemente pondría mi nombre, Juan.

La carta

La carta

Querido Rodrigo,


Hace tiempo que vengo pensando en escribirte y recién ahora me decido, luego de hacerme unas placas radiográficas en la rodilla derecha y otra en la pelvis. Nada más grave todavía porque el traumatólogo no pudo verlas porque no estaba. Turno para el martes seis de setiembre. El caso es que tengo un tumor, lo sé desde hace un par de años.

Cuando te llegue esta carta quizá sea demasiado tarde, de todas formas no quiero dejar de contarte. Es que a nadie le conté lo que realmente ocurrió. Espero ser lo más claro posible.

El dolor llegó de repente luego de un fuerte impacto de rodilla sobre la mía. Pero no. Así no vas a entender nada. Mejor comienzo desde más atrás, cuando casi por casualidad me crucé por la vereda un parquímetro sin cabeza, es decir solo el caño que soporta el aparato y que clavándose en la ingle produjo algo que es común en alguien que se topa tan tontamente. Grité. Di una puteada tan grande que la gente que por ahí pasaba se paralizó, me miró diciendo por Dios qué boquita, que mal educado, con esa boquita decís mamá, nene? Y toda esa serie de reflexiones estúpidas que no ayudan, todo lo contrario. No sé de dónde saqué fuerzas para contestarle a la vieja de mierda que me dijo con esa boquita decís mamá: No señora, nunca dije mamá porque me crié con una tía que tiene el tamaño y la textura de su tapado de piel y hasta me animaría a decirle que las mismas dimensiones de sus nalgas y que fue la que se hizo cargo de mí cuando mamá murió; imagínese que a una señora así, muy parecida a usted, un nene nunca podría decirle mamá, menos aún cuando se ausenta periódicamente para tomar té importado con muchos bisontes más parecidos a usted y que solo piensa en irse a Europa para comprar más té para seguir pensando en irse a Europa a comprar más abrigos y poner cara de “lo compré en una feria” mientras posa su arrugada boca con pintura sobre la taza y acaricia su tapado respondiendo andá a estudiar cuando su sobrino reclama por enésima vez un autito a control remoto para su cumpleaños que fue hace cuatro días y que por supuesto ella se olvidó. Te decía que el ímpetu con que le dije esto lo debo haber sacado de algún resentimiento inconsciente que afloró en ese instante porque ni respirar podía del golpe.

Fue un sin sentido caminar por esa vereda, no tanto una casualidad, porque la clínica queda justo enfrente del parquímetro y solo me dirigí ahí para ver en la vidriera de una casa ortopédica unas plantillas que necesito porque mi pie es plano pero que en ese momento no iba a comprar, es más, antes de entrar decidí volver hacia la clínica mientras pensaba en las plantillas y al darme vuelta y caminar unos pasos para cruzar de nuevo me topé con el hierro. No solo me acordé de la madre que no conocí pero que si me parió. También salieron de mi boca dioses desconocidos, mujeres viejísimas para el recuerdo y demás bichos.

Y claro, la señora que pasaba con su abrigo al oír esto se horrorizó y dijo lo que ya sabemos. Mi reacción fue exagerada, lo sé, pero es común enojarse, es sano descargar la bronca, es placentero hacerlo en la vía pública, es casi trágico que te escuche la mujer que te ha cuidado durante años. ¿Cómo iba saberlo, si me retorcía de dolor en el piso y al escuchar sus palabras –reflexiones estúpidas- reaccioné de la manera que también sabemos? Ella, al darse la vuelta, y yo, cuando levanté la vista, caímos en la cuenta de la verdad de nuestras palabras. Pobre, mi tía un poco más inocente y yo un tanto descaradamente.

A partir de aquí y como te decía el dolor llegó de repente. Primero lo del parquímetro justo el día en que iba a la clínica a buscar los estudios cardiológicos de mi tía porque la pobre había quedado mal luego de su último viaje a Londres -parece que se enteró allá que uno de sus hijos, el del medio, el que nació y se crió allá, había decidido entrar para cura o algo así en una orden bastante rígida y encima no católica y casi le da un infarto-. Segundo, no sé qué hacía ahí si habíamos arreglado que yo buscaba sus estudios. Tercero, lo más importante: me acaban de confirmar que el tumor de la rodilla fue a causa de un golpe que me dio el hijo de mi tía, el del medio, cuando vino hace un par de años de visita a la Argentina.

El próximo martes, el seis, me dicen cómo tratarlo. Finalmente lo de la pelvis no fue nada, o no hubiera sido nada si la tía no hubiera muerto de un infarto luego de sus reflexiones estúpidas y mi reacción exagerada –no vale la pena aclarar que toqué lo más profundo de su ser al recordarle que se olvidó de mi cumpleaños número cinco hace ya catorce años.

Sí, todo sucedió el mismo día.

A esta altura de mis palabras, te habrás dado cuenta querido primo porqué mis noticias tan deprisa. No sé si tu dios tiene algo que ver o si tu fe salva o no. Recuerdo que una vez, cuando chicos, te vi escribiendo en una tarjeta que sólo por hoy mi Dios, sólo y allí volví a mirar las estrellas con la fugacidad del aire y también que ahora por qué, el dios dónde fue, aquí van mis manos abiertas en la eternidad de la súplica y cuando te pregunté qué significaban esas palabras me dijiste que era la canción de un hombre que resiste.

Las recuerdo siempre y creo que lo haré hasta el final.

Jorge.