sábado, 4 de abril de 2009

Sr. Cuzilaz*



-Buenos días, qué tal. Supongamos que su cabeza está repleta de arena de playa y que por sus ojos no se ven sino dos gotas de agua de mar. Usted, ¿qué piensa? ¿qué me puede decir?

-Bueno...yo creo que...seguramente ha tenido un trauma de chico...yo qué sé...tal vez durante algún verano una gran ola le hizo dar tantos tumbos al pobre niño que luego soñó que su cerebro sólo almacenaba arena y que...quizás...¿acaso las lágrimas no son saladas?

Juan de la Roux.

Así comenzó su primer cuento y lo terminó ahí porque se dijo así mismo que era más que sutil lo que estaba contando, “si continúo va a perder su encanto”. Y lo firmó con pseudónimo. Un apellido francés queda bien, pensó.

­Le gustaba escribir cosas como estas, dos estrellas dejan su estela por el aire, vaciándolo y referirse no a las estrellas fugaces sino a los pechos de una mujer que lo dejaron exhausto una noche. Gozaba pensando en la belleza de sus palabras. Tenía también un “Libro de frases Célibes”, me gusta cuando callas porque estás como ausente, entonces puedo dormir era la única que había escrito pero todavía no entendía bien porqué aquella frase estaba dentro de aquél libro. Ya vendrá el significado correcto, adecuado; las cosas se acomodan solas y más aún las palabras que son tan volátiles, tan generosas. Mientras pensaba esto la cara se le llenaba de alegría, de diáfana algarabía hubiera escrito él sin saber mucho porqué.

Un día, releyendo sus escritos, decidió continuar con su primer cuento. Intuía que algo le faltaba y si bien sabía que así como estaba era muy bueno, algo o alguien le decía que le faltaba agudeza –y anotó la palabra en un cuaderno de “Frases y palabras para usar luego”- o tal vez un poco de realismo. Tengo que poner los pies en la tierra, pensó.

-Sabe, lo que yo pienso es que Usted no está completamente loco, sino loco. Que yo le diga que haga una suposición y luego le pida su opinión no tiene nada que ver con sus vacaciones de verano y mucho menos con sus púdicos recuerdos de la niñez...Disculpe, tal vez me expresé mal, y alzando sus brazos nerviosamente y percibiendo el rubor de su interlocutor trató de calmarse y le preguntó nuevamente: Imagínese que su cabeza está repleta de agua y que sus ojos no son más que dos granos de arena. Bien. Ahora trate de fijar su atención en los granos de arena... ¿qué siente?

Y sacando los ojos de una curiosa piedrita con la inscripción Remember que estaba sobre una mesita, el interlocutor respondió:

-Siento que mi cuerpo está libre...como si nadara en un inmenso mar de estrellas fugaces y que entre la estela que ellas desparraman puedo oír mi boca que dice que acá el único paranoico es usted.¡Oh sí...me vacío en ti Estela!

Juan de la Roux.

Cuando me mostró las dos copias, haciendo un gran esfuerzo por mantener mi seriedad habitual, le dije que sin dudas había algo más en la segunda versión y que ese no sé qué marcaba un estilo original (creo que se me escapó la palabra atrevido) y un sello inconfundible, propios de su particular manera de expresarse.

Él, bajando la cabeza, me agradeció y dijo algo así como vaciando el aire pero no le di importancia y le recordé que nos veíamos el lunes próximo a las trece con diecinueve.

Nunca imaginó que el sentido común era una buena manera de comenzar a escribir. Tampoco se detuvo a pensar que los puntos suspensivos eran una constante, no solo en su escritura, también en su vida. Yo me siento obligado a decirles esto y también debo confesarles –aunque no es para nada ético- que me repugna su poesía y sus cuentos son pésimamente confeccionados e inconscientemente auto referenciados. Incluso lo que yo llamé originalidad es una burda lectura inconclusa de varios autores y muchos best sellers. Por ejemplo su “Libro de frases célibes” -que al fin terminó- es patético y absurdo. Espero que ninguno de ustedes lo adquiera y deseo no haber herido su sensibilidad con la frase que reproduje al principio.

Pero tampoco es ético que me haya hecho quedar como un idiota en sus escritos, como un estúpido y descarnado personaje de ficción. Pero… ¿a quién le importa?



* Fue enjuiciado por divulgar material clínicamente confidencial. Luego se supo que cuando tenía diez años su madre le incineró dos cuadernos completos con poesía propia.

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