sábado, 4 de abril de 2009

La carta

La carta

Querido Rodrigo,


Hace tiempo que vengo pensando en escribirte y recién ahora me decido, luego de hacerme unas placas radiográficas en la rodilla derecha y otra en la pelvis. Nada más grave todavía porque el traumatólogo no pudo verlas porque no estaba. Turno para el martes seis de setiembre. El caso es que tengo un tumor, lo sé desde hace un par de años.

Cuando te llegue esta carta quizá sea demasiado tarde, de todas formas no quiero dejar de contarte. Es que a nadie le conté lo que realmente ocurrió. Espero ser lo más claro posible.

El dolor llegó de repente luego de un fuerte impacto de rodilla sobre la mía. Pero no. Así no vas a entender nada. Mejor comienzo desde más atrás, cuando casi por casualidad me crucé por la vereda un parquímetro sin cabeza, es decir solo el caño que soporta el aparato y que clavándose en la ingle produjo algo que es común en alguien que se topa tan tontamente. Grité. Di una puteada tan grande que la gente que por ahí pasaba se paralizó, me miró diciendo por Dios qué boquita, que mal educado, con esa boquita decís mamá, nene? Y toda esa serie de reflexiones estúpidas que no ayudan, todo lo contrario. No sé de dónde saqué fuerzas para contestarle a la vieja de mierda que me dijo con esa boquita decís mamá: No señora, nunca dije mamá porque me crié con una tía que tiene el tamaño y la textura de su tapado de piel y hasta me animaría a decirle que las mismas dimensiones de sus nalgas y que fue la que se hizo cargo de mí cuando mamá murió; imagínese que a una señora así, muy parecida a usted, un nene nunca podría decirle mamá, menos aún cuando se ausenta periódicamente para tomar té importado con muchos bisontes más parecidos a usted y que solo piensa en irse a Europa para comprar más té para seguir pensando en irse a Europa a comprar más abrigos y poner cara de “lo compré en una feria” mientras posa su arrugada boca con pintura sobre la taza y acaricia su tapado respondiendo andá a estudiar cuando su sobrino reclama por enésima vez un autito a control remoto para su cumpleaños que fue hace cuatro días y que por supuesto ella se olvidó. Te decía que el ímpetu con que le dije esto lo debo haber sacado de algún resentimiento inconsciente que afloró en ese instante porque ni respirar podía del golpe.

Fue un sin sentido caminar por esa vereda, no tanto una casualidad, porque la clínica queda justo enfrente del parquímetro y solo me dirigí ahí para ver en la vidriera de una casa ortopédica unas plantillas que necesito porque mi pie es plano pero que en ese momento no iba a comprar, es más, antes de entrar decidí volver hacia la clínica mientras pensaba en las plantillas y al darme vuelta y caminar unos pasos para cruzar de nuevo me topé con el hierro. No solo me acordé de la madre que no conocí pero que si me parió. También salieron de mi boca dioses desconocidos, mujeres viejísimas para el recuerdo y demás bichos.

Y claro, la señora que pasaba con su abrigo al oír esto se horrorizó y dijo lo que ya sabemos. Mi reacción fue exagerada, lo sé, pero es común enojarse, es sano descargar la bronca, es placentero hacerlo en la vía pública, es casi trágico que te escuche la mujer que te ha cuidado durante años. ¿Cómo iba saberlo, si me retorcía de dolor en el piso y al escuchar sus palabras –reflexiones estúpidas- reaccioné de la manera que también sabemos? Ella, al darse la vuelta, y yo, cuando levanté la vista, caímos en la cuenta de la verdad de nuestras palabras. Pobre, mi tía un poco más inocente y yo un tanto descaradamente.

A partir de aquí y como te decía el dolor llegó de repente. Primero lo del parquímetro justo el día en que iba a la clínica a buscar los estudios cardiológicos de mi tía porque la pobre había quedado mal luego de su último viaje a Londres -parece que se enteró allá que uno de sus hijos, el del medio, el que nació y se crió allá, había decidido entrar para cura o algo así en una orden bastante rígida y encima no católica y casi le da un infarto-. Segundo, no sé qué hacía ahí si habíamos arreglado que yo buscaba sus estudios. Tercero, lo más importante: me acaban de confirmar que el tumor de la rodilla fue a causa de un golpe que me dio el hijo de mi tía, el del medio, cuando vino hace un par de años de visita a la Argentina.

El próximo martes, el seis, me dicen cómo tratarlo. Finalmente lo de la pelvis no fue nada, o no hubiera sido nada si la tía no hubiera muerto de un infarto luego de sus reflexiones estúpidas y mi reacción exagerada –no vale la pena aclarar que toqué lo más profundo de su ser al recordarle que se olvidó de mi cumpleaños número cinco hace ya catorce años.

Sí, todo sucedió el mismo día.

A esta altura de mis palabras, te habrás dado cuenta querido primo porqué mis noticias tan deprisa. No sé si tu dios tiene algo que ver o si tu fe salva o no. Recuerdo que una vez, cuando chicos, te vi escribiendo en una tarjeta que sólo por hoy mi Dios, sólo y allí volví a mirar las estrellas con la fugacidad del aire y también que ahora por qué, el dios dónde fue, aquí van mis manos abiertas en la eternidad de la súplica y cuando te pregunté qué significaban esas palabras me dijiste que era la canción de un hombre que resiste.

Las recuerdo siempre y creo que lo haré hasta el final.

Jorge.

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